La desgraciada deformación de las ideas y de las palabras que las representan, ha hecho que casi siempre se confunda la Filosofía con una actitud pasiva y meditativa, como una fórmula mental que no tiene por qué poner en marcha nuestro cuerpo físico ni influir en nuestros sentimientos.
Ser filósofo no es lo mismo que estudiar FilosofíaUna Filosofía que no se siente, que no se ama, un conocimiento que no nos conmueve, que no nos hace vibrar, ¿para qué sirve?, ¿para que vibren las neuronas? Es muy poca cosa. Necesitamos que vibren nuestras neuronas, de acuerdo, pero también el corazón. Necesitamos que un fuerte sentimiento acompañe todo lo que pensamos. Y el asunto no termina allí: hace falta pensar, sentir y actuar. Y hace falta poner de acuerdo lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos, y cuando esos tres elementos están de acuerdo, entonces somos filósofos, porque hay una enorme diferencia entre estudiar Filosofía y ser filósofo.
Estudiar Filosofía puede hacerlo cualquiera. Puede gustarle o no, puede entenderla o no, pero la puede estudiar. Ser filósofo es algo diferente. Es una actitud, es un arte. Sin embargo, también lo puede ser cualquiera. Precisamente es mucho más fácil ser filósofo que estudiar Filosofía, porque ser filósofo lo es cualquiera que se haga preguntas con una auténtica inquietud, con sinceridad, y emprenda también con sinceridad la búsqueda de las que serán las respuestas. Lo que queremos es ser filósofos y no simplemente estudiar Filosofía.
Filosofía constructora Proponemos una Filosofía para un ser humano constructor, para un constructor de sí mismo. Considero que éste es el título más grande que pueden concedernos. Si alguna vez nos gustara obtener una condecoración, un título, todos deberíamos pedir este de constructor, para ser constructores de nosotros mismos y de las sociedades en las cuales vivimos, para poder mejorarnos a nosotros mismos y el mundo en el que vivimos.
Filosofía como amor y transformación Si la Filosofía es amor a la sabiduría, en virtud de ese amor debe surgir el movimiento. El amor no puede quedarse quieto porque busca lo que necesita, lo que ansía.
Ser filósofo requiere movimiento, porque es:
Un amor que siempre pide más e impulsa a andar para conseguirlo.
Una actualización permanente de todo lo que se sabe o se cree saber. Releer lo que se ha leído, volver a escuchar lo que se cree haber entendido, porque esta nueva búsqueda proporciona nuevos tesoros.
Una actualización permanente de los medios a emplear para conseguir los resultados propuestos. Nosotros no somos siempre los mismos, y lo que ayer pudo haber sido herramienta hoy puede ser obstáculo en el camino.
Una revisión y transformación de sí mismo. La revisión es una forma de nacer todos los días.
Una comprensión por quienes nos rodean, por sus sueños y necesidades.
Hacer las cosas por uno mismo es de sabios, pero no tener de quién aprender es de ignorantes.
La naturaleza de la Filosofía Imaginemos un árbol. Su vida vegetal se expresa en una naturaleza fundamental de madera. Su tronco de madera se expande en múltiples formas de vida, en numerosas ramas que se abren en todas las direcciones. A su vez, las ramas se cargan de hojas, flores y frutos cuyas particularidades dependen del tipo de árbol.
Pero sería insensato por nuestra parte definir al árbol por la cantidad y tamaño de sus ramas, o de sus hojas, sus flores y sus frutos. Lo que nos importa es cómo se manifiestan y la relación que mantienen con su tronco, de tal forma que, sin tronco, tampoco existiría lo demás. Así es la naturaleza filosófica. Es el tronco firme del árbol. De su estabilidad y su inalterable condición de madera, dependerán sus ramas y hojas, y la calidad de sus flores y frutos. Si nuestro tronco es el amor a la sabiduría, la fuerza del amor dará lugar a las ramas del saber, y de allí vendrán las flores del conocimiento que se convertirán en frutos para la Humanidad. La naturaleza filosófica tiene la doble cualidad de buscar y de dar, de encontrar y de compartir, de ser ricos y generosos al mismo tiempo.
Continuando con el árbol, una cosa es lo que se ve, y otra es la raíz que se esconde en el interior de la tierra, que constituye, sin embargo, su aspecto más importante. Sin raíz no hay vida, y sin vida no hay filosofía. ¿Cómo puede haber amor a la sabiduría, si no hay vida? El amor es esencialmente vital, necesita raíces que lo alimenten y le permitan sobrevivir a todas las tormentas y dificultades.
Las raíces escondidas no intentan escapar de la búsqueda sincera del que participa de la naturaleza filosófica. Solamente piden una búsqueda más profunda, dirigida a las causas y no a los efectos evidentes.
Delia Steinberg Guzmán.
Extraído del libro “Filosofía para vivir”.Editorial NA.