Mostrando entradas con la etiqueta Reflexiones breves. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reflexiones breves. Mostrar todas las entradas

Power point para descargar: El Hilo de Ariadna

El Hilo de Ariadna es símbolo del lazo que une las cosas, aquello que vincula nuestro pasado con el presente, al Hombre Exterior con el Hombre Interior, a lo Eterno con lo Pasajero. Es la riqueza de la Sabiduría.
Desde el año 2002, la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura) ha establecido que el tercer jueves de noviembre de cada año se celebre el Día mundial de la Filosofía, promoviendo en todo el mundo el interés por una actividad que históricamente se encuentra en el núcleo de todos los avances civilizatorios de la Humanidad.
Sirva este power point como una humilde contribución en la celebración de este día. 
a

Trás una filosofía activa

La desgraciada deformación de las ideas y de las palabras que las representan, ha hecho que casi siempre se confunda la Filosofía con una actitud pasiva y meditativa, como una fórmula mental que no tiene por qué poner en marcha nuestro cuerpo físico ni influir en nuestros sentimientos.
Ser filósofo no es lo mismo que estudiar FilosofíaUna Filosofía que no se siente, que no se ama, un conocimiento que no nos conmueve, que no nos hace vibrar, ¿para qué sirve?, ¿para que vibren las neuronas? Es muy poca cosa. Necesitamos que vibren nuestras neuronas, de acuerdo, pero también el corazón. Necesitamos que un fuerte sentimiento acompañe todo lo que pensamos. Y el asunto no termina allí: hace falta pensar, sentir y actuar. Y hace falta poner de acuerdo lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos, y cuando esos tres elementos están de acuerdo, entonces somos filósofos, porque hay una enorme diferencia entre estudiar Filosofía y ser filósofo.
Estudiar Filosofía puede hacerlo cualquiera. Puede gustarle o no, puede entenderla o no, pero la puede estudiar. Ser filósofo es algo diferente. Es una actitud, es un arte. Sin embargo, también lo puede ser cualquiera. Precisamente es mucho más fácil ser filósofo que estudiar Filosofía, porque ser filósofo lo es cualquiera que se haga preguntas con una auténtica inquietud, con sinceridad, y emprenda también con sinceridad la búsqueda de las que serán las respuestas. Lo que queremos es ser filósofos y no simplemente estudiar Filosofía.
Filosofía constructora Proponemos una Filosofía para un ser humano constructor, para un constructor de sí mismo. Considero que éste es el título más grande que pueden concedernos. Si alguna vez nos gustara obtener una condecoración, un título, todos deberíamos pedir este de constructor, para ser constructores de nosotros mismos y de las sociedades en las cuales vivimos, para poder mejorarnos a nosotros mismos y el mundo en el que vivimos.
Filosofía como amor y transformación Si la Filosofía es amor a la sabiduría, en virtud de ese amor debe surgir el movimiento. El amor no puede quedarse quieto porque busca lo que necesita, lo que ansía.
Ser filósofo requiere movimiento, porque es:
Un amor que siempre pide más e impulsa a andar para conseguirlo.
Una actualización permanente de todo lo que se sabe o se cree saber. Releer lo que se ha leído, volver a escuchar lo que se cree haber entendido, porque esta nueva búsqueda proporciona nuevos tesoros.
Una actualización permanente de los medios a emplear para conseguir los resultados propuestos. Nosotros no somos siempre los mismos, y lo que ayer pudo haber sido herramienta hoy puede ser obstáculo en el camino.
Una revisión y transformación de sí mismo. La revisión es una forma de nacer todos los días.
Una comprensión por quienes nos rodean, por sus sueños y necesidades.
Hacer las cosas por uno mismo es de sabios, pero no tener de quién aprender es de ignorantes.
La naturaleza de la Filosofía Imaginemos un árbol. Su vida vegetal se expresa en una naturaleza fundamental de madera. Su tronco de madera se expande en múltiples formas de vida, en numerosas ramas que se abren en todas las direcciones. A su vez, las ramas se cargan de hojas, flores y frutos cuyas particularidades dependen del tipo de árbol.
Pero sería insensato por nuestra parte definir al árbol por la cantidad y tamaño de sus ramas, o de sus hojas, sus flores y sus frutos. Lo que nos importa es cómo se manifiestan y la relación que mantienen con su tronco, de tal forma que, sin tronco, tampoco existiría lo demás. Así es la naturaleza filosófica. Es el tronco firme del árbol. De su estabilidad y su inalterable condición de madera, dependerán sus ramas y hojas, y la calidad de sus flores y frutos. Si nuestro tronco es el amor a la sabiduría, la fuerza del amor dará lugar a las ramas del saber, y de allí vendrán las flores del conocimiento que se convertirán en frutos para la Humanidad. La naturaleza filosófica tiene la doble cualidad de buscar y de dar, de encontrar y de compartir, de ser ricos y generosos al mismo tiempo.
Continuando con el árbol, una cosa es lo que se ve, y otra es la raíz que se esconde en el interior de la tierra, que constituye, sin embargo, su aspecto más importante. Sin raíz no hay vida, y sin vida no hay filosofía. ¿Cómo puede haber amor a la sabiduría, si no hay vida? El amor es esencialmente vital, necesita raíces que lo alimenten y le permitan sobrevivir a todas las tormentas y dificultades.
Las raíces escondidas no intentan escapar de la búsqueda sincera del que participa de la naturaleza filosófica. Solamente piden una búsqueda más profunda, dirigida a las causas y no a los efectos evidentes.
Delia Steinberg Guzmán.
Extraído del libro “Filosofía para vivir”.Editorial NA.

El arte de ser siempre filósofo

Es un arte prácticamente perdido. Hemos sido criados y educados en el bullicio y en la alienación de un cambio permanente, de una marcha perpetua bajo la amenaza del aburrimiento o de las fantasías de nuestra psiquis.
El «Mundo viejo» del cual todos provenimos está aún muy aferrado a nosotros, con sus costumbres vacías, sus concesiones, sus oscilaciones entre formas religiosas ya desprovistas de contenido y el materialismo bestializante. Muchos carecemos de la capacidad de detenernos a observar nuestro entorno, que es una de las formas de observarnos a nosotros mismos, y caminamos y caminamos pisoteándolo todo, sin reflexión y sin participación real en el plan de la Naturaleza, que es la manifestación del Plan del Dios que nos rige.
También hemos perdido el amor por las cosas entrañables, nuestras y pequeñas, íntimas y propias, que afirman la mente y calientan el corazón. Creo necesario recobrar ese olvidado arte. Platón bajo el brazo, la Doctrina Secreta a nuestro alcance, una buena biblioteca para consultas es bueno..., pero... ¿es todo? ¿Es ser Filósofo el estudiar, dar clases, conferencias, recibir instrucción sobre las cosas escondidas? Sí... en parte. Hace falta vivir la Realidad y para eso no bastan tampoco las poses, ni las abstinencias, ni sus contrarios. Sé que hacen falta también otras pequeñas-grandes cosas.
Por eso, venciendo muchas vergüenzas e inhibiciones, os quiero contar una pequeña experiencia mía, tal vez intransferible, pero que os la ofrezco en la esperanza de que os sirva de algo. Estaba hace un par de meses en la isla de Mallorca, adonde fui a escribir mi próximo libro y a impregnarme de la antigua magia del mar. Mis acompañantes habían ido a hacer unas compras necesarias para todos, pero como no había lugar fijo para aparcar el coche, me quedé en él, para moverlo si era necesario. Atardecía.
La multitud de turistas desfilaba frente a mí por la calle principal del pueblecito de pescadores que, en verano, se convierte en un centro vacacional. Desde la ya oscura calle transversal en que me hallaba podía observarlo todo de manera anónima, como desde otra dimensión. Vi gente que se apresuraba en caminar hacia la derecha y otros que se les cruzaban yendo hacia la izquierda. Coches, bicicletas y motos transitaban como podían entre las corrientes humanas. Vi parejas de jóvenes embebidos los unos en los otros y también ancianos que compartían sus lentitudes y, tal vez, sus recuerdos. Algunos niños corrían entretenidos en esos juegos que, para los mayores, son un enigma.
Pensé que si la Verdad estuviese en alguna parte y a la vista, todos irían hacia ella en la misma dirección. Por lo tanto, las marchas encontradas de las personas me decían que no era la verdad lo que buscaban; tal vez cada uno trataba de acercarse a su propia verdad, su anhelo o lo que fuere. Vi las primeras estrellas marchar también en el cielo y un viejo velero, inmóvil y a la espera de nuevas singladuras en el astillero. Una rara sensación se apoderó de mí.
Creo que pude hacer Filosofía sin recordar a Heráclito ni a Kant. Percibí, de alguna manera, la marcha constante de las cosas, de los seres, en una búsqueda que, aunque fuese probablemente inconsciente, no dejaba de ser válida. Dios mismo estaba en todos, en sus caminos, en sus esperanzas y en sus nostalgias. Hubiese sido un gran error perder la oportunidad de percibir a Dios y peor aún el haber dejado de ser Filósofo. Porque así pude darme cuenta de estas cosas que os cuento y de otras que me callo por no encontrar palabras para expresarlas.
Sentí una gran relación con todos... Como diría Nervo, todos eran, de alguna misteriosa manera, mis hermanos... Dios... yo mismo... la Vida... el Tiempo... el Espacio... Yo era niño y corría, joven, y paseaba embobado y ausente, viejo y arrastrando los pies por calles recorridas mil veces, hablaba alemán, inglés, francés, español, italiano, sueco. Yo estaba en el cielo con las estrellas y a la vez varado en forma de barco viejo, sobre el astillero. Sé que rocé, por pocos minutos, una gran verdad, una certeza inconmovible, una paz y una inquietud.
Y sé que fui Filósofo, más allá de los títulos, honores y libros. Sí... nada más que Filósofo... ¡Fue tan bello! Por eso os lo cuento. Y si muchos no entienden lo que arriba pongo, no deben preocuparse por ello. Yo tampoco entiendo. Simplemente os cuento una experiencia pequeña, entrañable, íntima, pero a la que intuyo como tremendamente importante. ¿Será parte de ese arte perdido de ser Filósofo en cualquier lugar y en cualquier momento? Francamente creo que sí.
Inténtalo alguna vez. No te arrepentirás de ello.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.

La amistad filosófica

Durante siglos, de una forma u otra, se han expresado los más elevados elogios a la amistad. Lo han hecho así filósofos y literatos, poetas y hombres de todo tipo, hasta llegar a nuestros días en los que seguimos escuchando o leyendo aquello de la amistad como vínculo sagrado.
Pero veamos qué es lo que vivimos en realidad bajo el nombre de la tan venerada amistad. Hoy prolifera en general, y salvo excepciones, un "amiguísimo" fácil e inconstante, propio de las circunstancias, como si fuera un artículo más de los tantos que consumimos; o peor aún, como si fuera el envase desechable de esos artículos comestibles.

Una persona se acerca a otra por los beneficios que pueda obtener, ampliando todo lo posible el límite de esos beneficios, que van desde la compañía para matar la soledad o para compartir un rato de distracción, hasta la posibilidad de contar con alguien en un momento de apuro. Pero pasado el apuro, la necesidad o la obligada soledad, desaparece el amigo y la amistad.
Hoy se habla de "amiguetes", compañeros para fumar juntos un cigarrillo prohibido, para beber una copa más, para ver una película "porno" o para realizar alguna jugarreta de mal gusto, remedando tristemente lo que antes se llamaba valentía.
Existen, eso sí, compañeros de estudio que pasan juntos meses y años en idénticas angustias y alegrías. Existen compañeros de trabajo que se acostumbran a la rutina diaria de encontrarse y separarse a la misma hora. Existen compañeros circunstanciales para contarse cuitas e historias, penas y problemas, a los que se valora cuanto más escuchan y menos hablan. Pero esos son lazos que se rompen con facilidad y se olvidan en cuanto la vida da un giro inesperado.
También existen las amistades románticas que ocultan, en verdad, otro tipo de sentimientos, ya que suelen derivar en enamoramientos que por desgracia no son más duraderos que las amistades de paso ya señaladas.
Lo que falta y queremos recuperar, porque sabemos que nunca ha dejado de existir es la amistad filosófica, la que entraña un amor al conocimiento del uno al otro, la que pasa por encima del tiempo y las dificultades, la que genera lazos de auténtica fraternidad aunque no haya vínculos sanguíneos de por medio.
Por eso la definimos como filosófica, aunque no la llamemos así en la vida corriente. Es filosófica porque hay amor y necesidad de conocimiento. Es la que hace que dos o más personas traten de conocerse, de comprenderse, pasando por el conocerse a sí mismo. Es la que hace nacer el respeto, la paciencia y la constancia, es la que perdona sin dejar de corregir y la que impulsa a que cada uno sea cada vez mejor para merecer al amigo. Es la que despierta el sentido de la solidaridad, del apoyo mutuo en todo momento, la que sabe soportar distancias y dolores, enfermedades y penurias.La definimos como filosófica porque creemos que sólo compartiendo ideas comunes, metas similares de vida, idéntico espíritu de servicio y superación, puede nacer esa amistad que ni es planta de un día ni nube de verano.
Por eso, nosotros los que aspiramos a la Sabiduría y la buscamos con voluntad inquebrantable hasta hallar sus trazos, podemos y debemos cultivar este noble sentimiento volcándolo en aquellos que del mismo modo tratan de encaminar sus vidas.
La amistad es una sonrisa constante, una mano siempre abierta, una mirada de comprensión, un apoyo seguro, una fidelidad que no falla. Es dar más que recibir; es generosidad y autenticidad. Es un tesoro que vale la pena buscar y una vez encontrado, mantener para toda la vida como anticipo del reencuentro de las almas gemelas y como sombra favorita de lo eterno.
Delia Steinberg Guzmán

La necesidad de saber

Si la Filosofía es Amor a la Sabiduría, en virtud de ese amor, debe provocar el movimiento. El amor no puede quedarse quieto porque busca lo que necesita, lo que ansía.

Lo que está escondido no intenta escapar de la búsqueda sincera del que participa de la naturaleza filosófica. Solamente pide una búsqueda más profunda, dirigida a las causas y no a los efectos evidentes...


La sabiduría no es llenarse la cabeza con ideas que nunca se aplicarán (por miedo, por cobardía, o por comodidad); sabiduría es aprender a vivir, a evolucionar, llegar a sentirse más firmes y seguros.

Es evidente que para llegar a la sabiduría hay que atravesar muchos caminos desconocidos, hay que abrirse paso por la intrincada selva de las experiencias; quedarse atrás por miedo, creer que evitaremos estos encuentros con lo desconocido, es apenas aplazar el sentido inexorable de la vida, y vivir lo que nos queda por delante con la sombra permanente del temor, de lo que se pudo hacer y no se hizo…

La vida es un tesoro de sabiduría cuando se aprende a vencer el miedo en cada paso. Se trata de tu vida, de tus pasos. No tengas miedo.